El límite de la productividad personal
29 Junio 2021
Si estás comenzando un emprendimiento o, aprendiendo una habilidad rara pero valiosa, estoy seguro que intentas devorar todo cuanto caiga en tus manos: libros, artículos de blog, videos o podcasts.
Pero el asunto es que, más veces de lo que uno quiere, leemos un artículo que pensamos nos sirve para aprender de marketing por ejemplo, tomamos notas en alguna libreta y luego nos olvidamos de lo que aprendimos casi instantáneamente.
Y lo más frustrante es que no logramos aplicar ninguno de los consejos.
Además de ese “pequeño” problema personal, hay que tomar en cuenta que hoy en día, en el internet, hay más información de la que podamos consumir.
Sólo en el 2020, se publicaron diariamente 2.9 millones de artículos de blog en WordPress, 47.1% más que en el 2016.
Estamos bombardeados de información por todos lados, y es difícil guardar ideas o información interesante que nos sirvan en nuestros proyectos.
En los años que se avecinan va a ser más y más importante desarrollar tu capacidad para mantenerte actualizado.
Por eso, es esencial tener un sistema que te permita consumir información y saber procesarla para aprender de verdad y no se quede todo olvidado en alguna libreta vieja en tu escritorio.
Hoy quiero hablarte del Cerebro Digital: un sistema que se creó con el objetivo de expandir tu cerebro, y guardar toda la información interesante en un solo lugar.
Futurista, no lo crees??!!
Ahora quiero autonomía
Newport nos cuenta que antes de la segunda guerra mundial, el trabajo industrial estaba bien organizado y tenía estándares altos de productividad.
Los trabajadores que armaban automóviles tenían que ser eficientes y productivos en cada gesto que hacían con sus manos.
Pero luego de la segunda guerra, apareció una nueva forma de trabajo. La gente comenzó a utilizar más su mente, y transformó la gestión de las empresas.
En esa época, Peter Drucker, el padre de la administración de las organizaciones, inventó la palabra Trabajador del conocimiento.
Según Drucker, un jefe de empresa ya no podía controlar cada detalle de este tipo de trabajador porque lo importante, cuando trabajas con tu mente, es la creatividad y la innovación.
Entonces, ¿cómo podía exigirle un jefe a su publicista, resultados y productividad?
Para eso, Drucker inventó la gestión por objetivos.
Dale a tu publicista un objetivo semestral y allá él a ver cómo lo alcanza. Según el autor, el publicista necesita autonomía para hacer su mejor trabajo.
Y eso es algo que todos hemos aceptado desde un principio.
Hasta que inventaron el correo electrónico
Todo iba relativamente bien con los trabajadores del conocimiento en los años 70 y 80. Pero con la llegada masiva del internet en los años 90 y la expansión del correo electrónico, la comunicación instantánea entre personas tomó otras proporciones.
Lo que antes hubiera tomado una hora, entre llamar a una persona, ver primero si te contestaba, luego hablar con él y preguntar si tenía un tiempo libre para reunirse contigo, hoy nos toma exactamente dos minutos.
Hoy en día, con la expansión de los teléfonos inteligentes se hizo todavía más fácil contactar a cualquier persona, a cualquier hora.
La comunicación instantánea hace que las tareas y las conversaciones no tengan fin. Más bien, se convierten en un flujo constante de cosas por hacer, que interrumpen nuestra concentración.
Y esto es un gran problema.
En primer lugar, las empresas esperan que alcancemos ciertos objetivos semestrales. Pero cada día, nos bombardean con reuniones, comunicaciones y tareas que contribuyen muy poco para poder alcanzar esos objetivos.
Y en segundo lugar, para hacer trabajo de calidad, tenemos que concentrarnos. Si no, hacemos trabajo superficial, que nos genera estrés y ansiedad, y por ende menos creatividad e innovación.
Por eso, el problema no viene necesariamente de las personas. Es muy fácil echarles la culpa por no alcanzar a hacer todas sus tareas a tiempo.
Existe una complicidad en cómo las empresas gestionan los objetivos y el tiempo de sus empleados. Han caído ciegamente en la inmediatez de la comunicación, sin preocuparse del flujo de trabajo de sus empleados. Y peor aún en esta época de teletrabajo, dónde los límites entre vida privada y trabajo son bastante borrosos.
En suma, la productividad personal se topó con un límite que no se resuelve con aplicaciones digitales o controlando exactamente las horas de trabajo de un empleado.
Se necesita acción colectiva para poner en tela de duda la forma en la que trabajamos y la forma en la que funciona la gestión de una organización.
Vivimos en un mundo que muchas veces sobrepasa nuestras buenas intenciones.
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